Hay
muchos tipos de sueños, algunos se cruzan en nuestra vida, invisibles a
nuestra memoria, otros los reconocemos justo cuando nos envuelven en su
halo de realidad.
Suceden, simplemente suceden.
Solo
nuestra intuición es capaz de sentir que esa realidad llevaba
cultivándose mucho antes de que pudiéramos tocarla, sentirla,
acariciarla entre nuestros dedos.
Tal
vez empezó a existir mucho antes de que tuvieramos un nombre con el que
protegernos, un nombre que nos hiciera olvidar lo que podemos llegar a
ser, si tan solo, nos atreviéramos a retirar esa etiqueta y nos
sintiéramos libres, más allá de un nombre o del significado que otros
puedan darle.
Puede
que desentumecer nuestros cristalinos pensamientos, tan opacos en
ocasiones, llenándolos de luz, nos ayude a poder creer en lo que somos,
nos ayude a recordar las cosas que nos hacen sentir bien, es algo que de
niños teníamos claro.
Todos
soñamos alguna vez en que encontraríamos a nuestra alma gemela, que con
una sola mirada, sabríamos que había merecido la pena esperar. Aunque
nadie nos dijo que nuestra vida es aun más rica que todo eso, que el
amor es mucho menos limitante, que podemos encontrar incluso a más de un
alma gemela, nadie nos dijo lo que pasaría, si dejábamos de soñar y
matábamos la esperanza. Tal vez por eso, dejamos de mirarnos a los ojos y
caminamos deprisa, cabizbajos, para que nadie descubra lo que no
queremos ver.
Los
mejores sueños, son esos que se acurrrucan en nuestra piel al amanecer,
mientras nos abrazamos a su tibieza. Son aquellos que nos despiertan
con una sonrisa, son aquellos que podemos compartir, mientras alguien
nos escucha con la mirada iluminada, nos rocía las manos de ternura y
nos sigue recordando que, a pesar de que todo parece indicar lo
contrario, si sigues las señales de tu corazón, los sueños pueden
hacerse realidad.
Juntos podemos volvernos a soñar y así reinventarnos..
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