miércoles, 8 de mayo de 2013
"Al final nadie esta"
Leí las últimas páginas que había escrito. Eran tan tristes que me dieron ganas de cortarme con el lateral de las hojas. Como si tuviera que hacerlo en ese mismo momento y ni siquiera tuviese tiempo para buscar una cuchilla o algo que se le pareciera. Escribí que quería hacerlo. Me había acostumbrado a escribir las acciones, a convertirme en personaje, porque sobre el papel los cortes no duelen, porque así las cicatrices quedarían atrapadas en una hoja en blanco que nadie más podría leer. Cerré fuerte los ojos. Como si por apretar mucho los párpados el mundo fuese a ser diferente al abrirlos de nuevo. Como si las cosas fueran a cambiar. Como si simplificarme a mi misma fuera tan sencillo como cerrar fuerte los ojos. "Tú nunca te dejas ayudar". Era tan fácil decirlo. Pero es que siempre que pido ayuda termino estropeándolo todo. Haciendo daño. Haciéndome daño. Entrando en bucles de (auto)destrucción en los que no quiero (nunca) volver a entrar. "Cuando estás viva la gente puede hacerte daño. Es mucho más fácil encerrarte en ti misma y alejar a los demás. Pero no es más que una mentira". Las palabras del libro golpean como puñales. Recuerdo lo que sentí al leerlas por primera vez. Y aunque la perspectiva ha cambiado, sigo sintiendo algo parecido. O quizás es que la perspectiva no ha cambiado tanto. No sé si es el destino, la suerte, el azar, Dios, Buda o el Karma. Lo que tengo claro es que actuamos según nuestro historial vital. Y a veces basta con que algo no funcione un par de veces para concluir que no va a funcionar nunca, y veinte tropiezos con la misma piedra nos llevan a pensar que seguiremos tropezando siempre. No es tan fácil cambiar algo a lo que uno está acostumbrado desde donde puede llegar a recordar.
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